I.
Después que el Destacamento Oriental del Ejército Ruso
cayera derrotado ante el Ejército Imperial Japonés a orillas del río Yalú.
Después de aquella primera batalla terrestre de la guerra ruso-japonesa de
1904, el general Fiodor Keller se hará cargo de veinticinco mil hombres con la
moral maleada y muda que viven la ruina de los vencidos. El general Fiodor
Keller, aunque está convencido que con aquella tropa es imposible la victoria,
ocupa con ellos el estratégico Paso Motieng, en la carretera que une la costa
pacífica con la Manchuria Oriental. Dos meses después, en la madrugada del 27
de junio, el 2º Cuerpo del Ejército Imperial Japonés, en apenas cuatro horas,
expulsa a los rusos del Paso Motieng. El general Fiodor Keller, ante la
desbandada de sus hombres, sale a campo abierto y cae bajo la ráfaga de una
ametralladora japonesa. Sin valor para el suicidio, el general había decidido
ser un héroe.
Pasados tres días, su féretro partirá en el primer
Transiberiano a Moscú.
II.
R.C. camina bajo una llovizna de agua nieve. Entra en un bar
del puerto Port Ángeles. Pide una hamburguesa con huevos fritos y café. Saca
del bolsillo de su abrigo un rollo de folios mecanografiados. Lee. (Tuberculosis
de Antón Pávlovich. Cena con Alexei Suvorin. El vómito de sangre en medio de la
cena. Hospital. Visitas de Tosltoi y Gorki). Moja el pan en los huevos
fritos. Relee las dos páginas siguientes. Corrige tres verbos y recorta frases.
Divide la hamburguesa en ocho trozos. Come y sonríe. Cuarta página. Relee. (Primeros
días de Antón Pávlovich y Olga Leonárdovna en el balneario de Badenweiler.
Encuentro con el doctor Schwóhrer). Pone entre paréntesis tres frases
cortas. Acaba la hamburguesa y bebe café. Relee. (Medianoche del 2 de julio
de 1904. Antón Pávlovich delira. Olga llama al doctor. Schwóhrer conoce el olor
de la muerte y hace subir una botella del mejor Moët & Chandon. Sirve tres
copas. Los tres beben sin brindar. Olga retira la copa vacía de la mano de su
Antón, que ya ha dejado de respirar. Sobre la mesa, tres copas y tres rosas
amarillas.). Relee las dos páginas finales. Frunce el ceño. Apunta flechas,
paréntesis y correcciones. Niega con la cabeza. Paga. Enrolla los folios y se
pone el abrigo. Sale fuera. El atardecer y la llovizna amarillean las luces de
las calles de Port Ángeles.
III.
El féretro de Antón Pávlovich Chéjov es de zinc, forrado de
terciopelo, y viaja en el pequeño tren que une Badenweiler con Müllheim-Baden.
Media hora. No tiene otra compañía que la de Olga Leonárdovna Knipper, su
viuda. Media hora en tren. Olga cierra los ojos. Quizá no quiere ver aquel
paisaje que se aleja. Quizá entreabre su memoria y demora aquel mismo paisaje
con su mirada junto a la mirada de Antón Pávlovich. Media hora. El tren a
Berlín lleva media hora detenido en Müllheim. Ella despacha su equipaje y el
féretro. Dieciocho horas hasta Berlín. Funeral y homenaje en una sala de la
estación. Olga consigue llorar. Diez horas después, ella vuelve a despachar el
féretro de Antón Pávlovich. Lo cargarán en un vagón de mercancías, en el mismo
tren en el que viaja Olga. Trasbordo en Varsovia. Ocho horas de espera.
Bochorno. Diez horas hasta Sestokai. Último trasbordo y más de treinta horas
hasta San Petersburgo. Siete de la mañana. Nadie la espera. Baja del tren.
Camina. Llora. Se sienta. Más tarde llegan los hermanos de Antón, Masha y
Alexander. Hablan. Lloran. Trasbordo a la Estación Nikolaevski. Locomotoras en
maniobras. Nubes de vapor. Estrépitos mecánicos. Olor a grasa quemada. Órdenes
y gritos. Prisas. Dos mozos de andén empujan un carro repleto de baúles. Olga
distingue el suyo. Detrás de ellos, va un mozo con tres féretros en una
carretilla. Sólo uno está forrado de terciopelo. Masha intenta seguirlo, pero
Olga la detiene. Se abrazan. Lloran. Bufa el vientre negro de la locomotora y
los tres féretros desaparecen dentro de uno de los cinco vagones verdes en
cabeza de tren. Ninguna de las dos lo ven. Suben al segundo vagón de
coche-cama. Vuelven juntas a Moscú. Catorce horas de viaje nocturno. Ocho y
media de la mañana. El tren se sitúa en el andén paralelo a un Transiberiano
que ya lleva veinte minutos estacionado. Olga y Masha se preparan para bajar.
Delante de ellas ven pasar un féretro que es recibido por una banda militar de
música y una numerosa comitiva. Todos se ponen en marcha hacia la salida de la
estación. Olga comprueba que nadie las espera. Quizá si su tren hubiera llegado
antes que el Transiberiano, las habría esperado aquella comitiva presidida por
Maxim Gorki. Quizá si su tren hubiera llegado mucho después que el
Transiberiano, aquella comitiva presidida por Gorki no habría seguido hasta las
puertas del cementerio los restos del general Fiodor Keller creyendo que eran
los de Antón Pávlovich Chéjov. Advertido el error, la misma comitiva presidida
por Gorki vuelve de prisa a la estación. Aún están a tiempo para ver a Olga y a
Masha mientras reciben el féretro de Antón Pávlovich con algunos restos de
hielo. El vagón verde en el que ha viajado desde San Petersburgo exhibe el
cartel “Ostras Frescas”.
Quizá el azar, que nunca ha sido gobernado por el tiempo, le
deparara al general Fiodor Keller la efímera honra de ser confundido con
Chéjov, al que, posiblemente, jamás
había leído.
Quizá, el mismo azar le deparó a Chéjov, después de siete
días de trenes y trasbordos, hacer su último viaje acompañando un cargamento de
ostras frescas, olvidar la tuberculosis y, finalmente, descansar en paz.
5 comentarios:
¡Soberbio, Hugo!
No he dejado en ninguna de las anteriores un comentario, aunque sí las he leído; pero llegado a la chejoviana final, quiero dejarte mis aplausos.
Un abrazo,
Saludos amigo.
Hola Pedro:
muchísimas gracias por tus palabras y tus aplausos.
celebro que la lectura de Chéjov nos haga más amigos, la cuestión no es sólo su obra, sino que su vida es una chejoviana inteminable.
prometo pasar por la Llovizna
salut
Hola Fabiana:
gracias por pasar por aquí hago mea culpa por tener un poco olvidadas tus brisas, espero pasar por allí en estos días
un beso
Hace muchos días que quería dejar un comentario a esta entrada. Más allá de todos aquellos aspectos que destaco siempre de tus composiciones, esta vez quería centrarme en la dimensión didáctica de la pieza. Es decir, en aquello que uno aprende más allá de lo estrictamente literario pero a través de lo estrictamente literario. Salgo del micro sabiendo detalles de la muerte de Chéjov, algo que desconocía. Pero además, hay ahí una secuencia que me desconcierta, unas siglas (R.C)y una ciudad que me hacen sacudir la cabeza en una reacción de extrañeza. Y claro, voy a google y encuentro enseguida que esa escena no hace sino representar una parte del proceso de composición del célebre cuento "Tres rosas amarillas", de Raymond Carver (R.C). Y el círculo se cuadra. Es la misma sensación que tuve cuando leí aquel relato inspirado en la figura de Antoni Gaudí o aquel otro del metro en el que desfilaban algunas de las figuras más representativas del jazz. La famosa sentencia de Horacio, pero en la parte que destaco en negrita: "Aut prodesse volunt, aut delectare poetae,
aut simul et iucunda et idonea dicere vitae".
Mis aplausos, Hugo.
Un abrazo.
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