-Entonces... –la mirada de sor Eugenia se desfonda en el
vacío.
Puri te dice que le han cambiado el médico. Mosqueo. Puri te
dice que el nuevo le ha hecho preguntas sobre adopción. Mosqueo. El último mes
de embarazo de Puri y el silencio. La inminencia del parto. La angustia y la
culpa. Puri no lo quería, pero tampoco quería quitárselo. El niño y el castigo.
Ella acantona su silencio y te vacía las palabras, como siempre.
Esperas. Diez de la noche. Luz de fluorescentes. Mostrador
en media herradura. Paredes blancas repintadas. Ruidos de montacargas y voces
de enfermeras que devoran los pasillos. Esperas. Dos horas después del parto,
Sor Eugenia y el doctor Acevedo, jefe de planta, llegan y te dicen lo que tú no
te crees. Exiges hablar con el médico que atendió a Puri. Sor Eugenia dice que
ya se ha marchado, pero que “mañana pasa consulta a las once”.
-Quiero ver el
cadáver del niño –tu voz comienza a quebrarse.
-La Maternidad
no entrega neonatos muertos –responde enseguida Acevedo, que acaba de sentarse
ante un ordenador.
Tú aún no sabes las cuentas de las que Ellos salen (mitad
para la Obra, veinte por ciento para el médico, quince para el gerente y quince
para sor Eugenia que ayuda a que ellas lleven la pérdida con resignación
cristiana).
El doctor Acevedo se quita la bata y, mientras se pone el abrigo, habla con ella en voz baja. Te ignoran. Vuelves a exigir y tu voz sale
armada de amenazas.
-No grite o me
veré obligado a llamar a Seguridad –Acevedo te mide con la mirada, como si le
decepcionara descubrirte. Teclea de pie ante la pantalla del ordenador. Lee, en
voz alta, el informe del médico. Oyes “Madre soltera”. Oyes “Neonato muerto en
el canal de parto”. Oyes “ 21.30. Purificación Cuenca se deriva a UCI”. Acevedo
te pide que te serenes. Acevedo te promete, para el día siguiente, cita con el
médico y visita a Puri en la UCI. Tú dejas de oírlo. Hablas. Le sonríes. Te
encaras con él. No te reconoces en tu propia voz y dices todo lo que no querías
decir
-Soy el hermano
de Puri. Soy el marido de Puri, y soy el padre de ese niño que ustedes dicen
que nació muerto.
-Entonces... –el
doctor Acevedo se sienta, demudado y pálido. Tú dirías que sor Eugenia ha
comenzado a rezar.
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