(“Mi marido es un lacayo”, le había dicho Anna Serguéyevna Von Dideritz a Dimitri Dimitrievich Gúrov, tres días antes de convertirse en su amante.
“Von Dideritz es rico. Tiene caballos propios” le había
dicho el conserje del Hotel Petesburgo a Dimitri Dimitrevich Gúrov).
Serguei Von Dideritz se quita la capa en el vestíbulo de su
casa y los restos de nieve trazan un círculo alrededor de sus pies. Ha pasado
una semana fuera. Ha ajustado precios de caballos y contratos con el Ejército.
Serguei Von Dideritz busca a su esposa, Anna Serguéyevna. No
la encuentra ni en la sala, ni en la biblioteca. Entra en la cocina. Tres
siervas preparan la cena. La mayor destripa un pollo, otra amasa y la tercera
atiende una sopa y un sofrito. La mayor le dice que la señora se ha retirado a
sus habitaciones.
Serguei Von Dideritz sube las escaleras de prisa. No ha dado
aún dos pasos por el gran pasillo, cuando se ve sorprendido por una competencia
de gemidos y muelles. Entreabre una de aquellas puertas. Sus ojos ganan la
penumbra. Se agrandan. El cuerpo desnudo de Anna se agita a horcajadas sobre
las piernas de un hombre. Los puños de Anna caen sobre el pecho de su amante
con toda la violencia desatada de sus gañidos. Serguei cierra la puerta porque
no puede cerrar los ojos. Baja las escaleras. Va a su despacho. Saca de un
cajón su pistola. Cuando vuelve a subir, los ruidos han cesado. Abre con
decisión la puerta de la habitación de Anna. Dos candelabros iluminan el lecho.
Ella no se preocupa en disimular su desnudez mientras acaricia la cabeza de un
perro.
-¿Te has vuelto loco mi Serguei? ¿Qué
haces con esa pistola? ¿Quieres matarme a mi o a mi perrito? –ríe-. Ven Serguei
–palmea el borde del lecho-, siéntate. Éste es “Didi”, mi nuevo perrito lulú.
Serguei Von Dideritz deja la pistola en el suelo y besa la
frente de Anna. Ella le pone a “Didi” sobre las piernas y se recuesta sobre la
pereza de las almohadas. Serguei, mientras acaricia el lomo del perro, demora
su mirada sobre la desnudez de Anna como si la viera por primera vez.
“Didi”, inquieto, mueve el rabo con reservas.
1 comentario:
Vaya, vaya, leído este, retiro la duda que me generaba el último párrafo del anterior. Pero qué bien juegas con la ambigüedad, amigo. Sin extenderme en otras consideraciones, ya ves las horas que son, remarco una frase que me parece un destello: "cierra los ojos porque no puede cerrar la puerta". Paso a leer la variación bárbara. Qué bueno.
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