viernes, 23 de diciembre de 2011

dE CunqueirO (4), Cien años y un díA



Invitación a la trabe de oro: Álvaro Cunqueiro
(nota aparecida en la revista de la Facultad de Filología de la UB, El Ojo de la Aguja, enero de 1992)




Tarea difícil intentar sustraerse al acoso de homenajes fechados, fichados y fetichizados. Centenarios, cuartos y quintocentenarios –todos literarios, claro- han devenido en objeto de competencia de noticiables suplementos periodísticos cuya estrategia informativa aburre y agobia al lector medianamente inquieto. Se nos pretende “iluminar” con prisa retroactiva y, casi siempre, esa luz resulta cegadora. Pronto las voces han pasado a ser subsidiarias de los ecos... y así nos va.
Hace diez años Álvaro Cunqueiro moría en Vigo queriendo morir en Mondoñedo. En este 1991 que se acaba, la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia decidió que la rotundidad del diez se presentaba para recordar al mindoniense y dedicarle O día das Letras Galegas.
Estas páginas no alientan la comunión con ningún “homenaje”, tan sólo intentaremos detenernos en algunos aspectos de la obra de un escritor leído superficialmente o con demasiada parcialidad en la mayoría de los casos

Imaginación y Creación

En diciembre de 1963, el número 2 de la viguesa Revista de cultura Galega GRIAL publicaba Imaxinación e Creación, un pequeño ensayo firmado por Cunqueiro y que constituía una clara autopoética. El eje de su propuesta, aunque arriesgado, poseía el sustento empírico –y hasta inapelable- de sus cuatro primeras novelas: “Toda realidade pode ser vulnerada nos mesmos ris pola imaxinación creadora que si o é verdadeiramente, é máxica”. Herir la realidad, capturar la poliédresis vertiginosa de sus manifestaciones, deformar la contingencia cotidiana y hacerse con “(...) no mundo reas no que que nasce, vive e morre o home esencial”. Unos objetivos, sin duda, temerarios para la labor creativa de los narradores de entonces –y no menos, para los de nuestra “modernidad”-.


Su discurso, sin embargo, no se detenía allí, reivindicaba para el hombre el derecho no sólo de soñar, sino sobre todo de soñarse, ajeno a toda connotación onírica, el término remitía a la posibilidad humana “creer y expricarse” a través de las constantes, sagradas o profanas, de los mitos. La condición humana, lejos de ser atendida desde “na desesperación e na tristura” exige de la imaginación creadora la vigencia de los propósitos de Ícaro, el rescate de la Edad de Oro y del Paraíso Perdido o la legítima especulación sobre “a trabe de ouro, o asento lumioso do Cosmos”. En ello incide en su conclusión: “Opropio de un escritor é contar craro, seguido e ben. Contar a totalidade humán, que el pola sua parte ten a obriga de alimentar con novas miradas”. Conectar al lector con uan instancia tan mágica como esencial, proporcionar otra miradaa una realidad para la que no basta la materialidad de los ojos.

Invitación al “Merlín” cunqueiriano

Lejos de aparecer sujetos a la tradición, los mitos y personajes legendarios que componen el universo de la narrativa cunqueiriana se inscriben en una realidad verosímil que incorpora lo mágico como cotidianidad. No hallaremos en los textos del mindoniense ni aspavientos solemnes ni estrépitos fantásticos: la función de los aarquetipos queda regida por el diseño, sencillo o complejo, del plano actancial de cada novela.
Una obra que resulta modélica de lo que hemos afirmado es, sin duda, Merlín y Familia, quizá la mejor iniciación a la lectura de Cunqueiro. Se nos presenta una sucesión de cuentos tejidos en una historia mínima que narra Felipe de Amancia, antiguo paje de un Merlín de “vacaciones” en la lucense selva de Esmelle (o región de Miranda, según la “Geografía” que se prefiera).

De pronto oímos cascos de caballos sobre el viejo puente de Belvís, una comitiva de “gente de iglesia” llega a casa de Merlín. Traen un “mandado de mérito” del obispo de París: los quitasoles “Sal-el-sol” con poderes para conjurar el mal tiempo en caso de procesión y “Mirabilia” –bajo
cuya sombra pueden entenderse todas las lenguas- y el quitanieblas “Lucero” –que perteneciera a Lanzarote del Lago y permite ver en la oscuridad- han perdido sus poderes. Merlín concluye que todo reside en una cuestión de “varillas saltadas” y “como si fuera un paragüero de Orense trebejo mi amo en los paraguas” acaba afirmando Felipe de Amancia.
El Imperante de Constantinopla, perdido en el desierto con todo su ejército, envía al paje Leonís a pedir a Merlín un antiguo camino mágico –el de “Quitaeyón”- para poder salirt de aquel atolladero. Dicho camino, introducido en un canuto de hierro, había sido guardado en el desván y el “orín” lo despojó de sus facultades extraordinarias. Como solución Merlín le proporciona el camino de “quita-y-pon” que consiste en un ovillo de hilo que arrojándolo al suelo y al grito de “¡Adelante! ¡Adelante!” permite llegar a cualquier meta. Previendo circunstancias adversas, Merlín lo entrega dentro de una caja de mantecadas de Astorga

De tenor similar son las ocho “historias” restantes que componen el núcleo narrativo de la primera novela de Cunqueiro. Como se ha podido observar anteriormente, los
problemas se originan siempre en el plano de lo fantástico pero
los instrumentos y medios que Merlín utiliza en sus resoluciones son proporcionados por la cotidianidad. El mago de la “materia de Bretaña” aparece desjerarquizado de sus condición mítica, el Merlín cunqueiriano tiene mucho de “menciñeiro” gallego. El contacto entre el plano de lo fantástico y el prosaico de la realidad no se repelen, sino que se armonizan en amable “convivencia”. Sin duda, todo ello creará, a la larga, en el lector un poso de melancolía, pero de eso ya hablaremos más adelante.
Merlín, los quitasoles o el camino de “Quita y pon” son irreales, pero, por un momento, nos permiten pactar una tregua ante todo este trasiego eficientista que nos rodea.
Quizá la tan celebrada esfera que “descubrimos” hace quinientos años sea una mentira de los fastos que hoy nos aturden y nos encontramos caminando sobre un plano asentado sobre siete vigas de oro, una e las cuales cruza la Iberia desde Provenza hasta el Finisterre”.






Para O comentario: Primero y principal, ayer se celebró el centenario del nacimiento de Cunqueiro y, a pesar del OrsaY, sé que he de entrar "en juego", aunque sea brevemente. "El viejo" se lo merece.

Después pedir perdón por este ejercicio de impresentable narcisismo de quién suscribe. Este artículo fue escrito allá por noviembre de 1991, aunque no saldría publicado hasta enero del 92, en el primer número del Ojo de la Aguja, una revista universitaria -de la Facultad de Filología de la UB- de la cual me enorgullezco de haber sido uno de sus fundadores y el primero en dimitir de su Consejo de Redacción, después de la publicación del segundo número -el culto a la personalidad siempre me dio ahí, donde quién más, quién menos tiene el límite de la paciencia, pero si ese culto lo protagonizan ciertos "personajillos"...¡apaga y vámonos!.



Y,finalmente, aclarar sobre dos de las fotografías, la primera, es una foto familiar, Cunqueiro con ocho o nueve años -es el tercero de los niños sentados y aparece señalado con una pequeña cruz- y ha sido extraída de la red -por más que todos sabemos que fue facilitada por su hijo César-. La segunda fotografía -también obtenida en la red- es casi una foto mítica en la que Cunqueiro aparece flanqueado por Néstor Luján y Joan Perucho -¡ya me hubiera gustado a mi ser mosquito de cocina! para saber de qué hablaban estos tres cuando se reunían en el restaurante El Ciervo, de Barcelona.





1 comentario:

Francesc Cornadó dijo...

Amigo Hugo. Desde mi hibernación y silencio bloguero, te deseo que pases una navidad muy feliz y que se cumplan todos tus deseos.
Espero que pasados los fríos y liberado de mi ocupación que me tiene en vilo, recuperar nuestros comentarios, créeme que lo añoro.

Salud
Francesc Cornadó