Catalunya Caixa, carrer Hospital.
Doble puerta antiatracos de cristal blindado. Timbres y cámaras de videovigilancia. Alguien
aprovecha la apertura de la primera puerta para colarse detrás de ti. Crees
conocer la fetidez de aquel aliento de dragón. Crees conocer el olor de aquella
ropa que mezcla orines rancios, vómitos amojamados y persistentes rastros de
“maría y costo”. Te vuelves y te recibe la sonrisa casi desdentada de José “el
Golum”. Te da los buenos días y te llama por tu nombre. Aquella mañana ha
coronado su calva con un sombrero cordobés. Le devuelves el saludo mientras
ruegas que se abra pronto la última puerta.
(Se conocen ¡vaya si se conocen!
uno es un artesano luthier y el otro un “yonqui de toda la vida” se conocen de
cruzar y descruzar sus pasos en las calles de El Raval donde todo es inevitable
se conocen de parroquiar el bar Montseny que regenta la señora Montse hija y
viuda de legionario donde el alcohol de calidad es más barato que en el
Marsella sea absenta grapa o el vodka Nemiroff que bebe Vladi “el Rojo”ex
minero ucraniano ex actor porno de la sala Bagdad peón de mudanzas y chapero de
tanto en tanto que fue el primero en llamar “Golum” a José no porque la heroína
le hubiera dejado la cara y el cuerpo del Sméagol de Tolkien sino por el
enfermizo celo que extrema sobre su mochila que, según afirma, sólo contiene
“letras del tesoro” )
Esperas. La secretaria de Juanra,
el gerente, te anuncia que “el pobre hoy tiene la agenda muy ajustada, pero te
atenderá igualmente”. Esperas. Sientes un profundo desprecio por Juanra, pero
estás ahí, vestido con traje oscuro y corbata ridícula, porque has de
suplicarle clemencia. Otro mes, y van tres, no podrás levantar la letra del
crédito que pediste para reformar el taller. Esperas. Te sientas. Oyes el
balbuceo desdentado de José “el Golum”. Te vuelves. Se ha quitado el sombrero.
Lleva media calva vendada y la otra media con costras a punto de caer.
Observas. Ha colocado sobre el mostrador, delante de la ventanilla de cristal
blindado, una serie de pequeñas bolsas de plástico. Ríe. Le oyes repetir “Nadie
tiene idea del precio de estas cosas” mientras, del interior de las bolsas, va
sacando trozos de tuberías de plomo, de cobre, de bronce, de hierro oxidado y
manchones informes de soldadura eléctrica. Ríe. La bandeja de seguridad de la
caja va y viene varias veces. Observas. El de la ventanilla le pregunta si
quiere “lo de siempre” y José “el Golum” asiente tarareando. El de la
ventanilla cuenta dos veces unos documentos, todos iguales, con ribetes verdes
donde puede leerse: Letras del Tesoro Público. Mil Euros. Ministerio de
Hacienda. Gobierno de España. Le entrega un fajo de cincuenta papeles que
José “el Golum” guarda en su mochila. Pasa a tu lado renqueando. Te saluda
mientras vuelve a colocarse el sombrero. No te lo piensas dos veces -¡que le
den a Juanra!- y sales detrás de él. Una vez fuera, como si lo que acabas de
ver no hubiera sucedido nunca, te pide un cigarro y que le pagues una copa de
Torres 5. Caminas. Sabes que cualquier pregunta te la respondería con una
carcajada. Te despides de él en el bar de la señora Montse.
Caminas. Tendrías que ir al taller,
pero bajas por Ramblas hacia el puerto. Piensas en tu eterna confusión entre
precio y valor. Piensas, no lo habías pensado antes, que en el origen del
precio está el precio de la chatarra, José “el Golum” lo entendió con la
heroína y Juanra, el gerente, con la especulación financiera. Piensas, no lo
habías pensado antes, que en el origen del valor está aquello que el trabajo
ajusta con la nada. Piensas en Mozart y en Beethoven, piensas en Coltrane,
Monk, Erich Dolphy o Miles Davis todos ellos entendían que la música aparecía
si, además de negar el cero, se ocupaban del infinito y, casi sin querer,
mientras perseguían aquel absoluto acabarían dando con el oro del tiempo, sin
embargo no contaron con el precio de los días y esa miseria les quitó la vida.
Caminas. Quisieras creer que todo
lo que has visto mientras esperabas que Juanra te atendiera te lo has imaginado, pero ya es
tarde para dudar. Piensas en tu propia chatarra, en la soledad de tu miseria y
vuelves sobre tus pasos hacia el bar de la señora Montse. Has decidido no
perder de vista la mochila de José “el Golum”. Nunca se sabe.
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