viernes, 16 de mayo de 2014

ars poética y tren



Tren de Vilanova a Barcelona. Escribo. Llevo días emboscado en un poema en catalán. Escribo. Un hombre acaba de sentarse delante de mi. Tejanos gastados, zapatos negros y una mano sarmentosa que coloca un bolso negro debajo del asiento. Levanto la vista. Ojos azules. Arrugas. Olor a tabaco acabado de fumar. Sonríe. Silencio. Escribo. Me observa. Advierto que me observa. Su pregunta no tarda en llegar. Quiere saber si soy poeta. Le respondo que sólo escribo poesía. Sonríe. Silencio. Dejo de escribir en cuanto lo vuelvo a oír. “A usted igual le parecerá una tontería lo que voy a decirle y ya le pido que me disculpe, pero verá, yo tomo este tren todos los días para ir a trabajar, siempre el de las siete y diez, siempre. Me gusta hacer el viaje mirando el mar. La luz, ¿sabe usted?, no el sol, la luz nunca es la misma. Cada día la luz convierte a este mar en otro mar. No sé... ¿usted me entiende, verdad?” Asiento en silencio. Sé que no podré ir más allá del silencio. Sé que, a veces, es mejor que algunas palabras no se encuentren con la ruina de otras palabras. El hombre me malentiende. Su mirada mezcla menos perplejidad que vergüenza. Coge su bolso y cambia de vagón.


(más o menos así sucedieron las cosas el último viernes de septiembre de 2011, desde entonces no lo he vuelto a encontrar, desde entonces evito los asientos que dan al mar)


1 comentario:

Francesc Cornadó dijo...

Haces bien, la prevención ante unas ciertas visiones marítimas es indispensable. A veces el mar como algunos compañeros de viaje pueden jugar malas pasadas.
Salud
Francesc Cornadó