miércoles, 11 de abril de 2012

el lavacoches, la mala copia y algo más


los hechos

Óscar Sánchez Fernández ha vivido siempre en Montgat, una pequeña ciudad del litoral barcelonés. Se gana la vida como lavacoches. O, quizá, habría que decir que trabaja de lavacoches, pero no se gana la vida. Los que lo conocen saben que siempre va muy justo de dinero.

Un día de diciembre de 2002 a Óscar le roban la cartera con toda su documentación. Al día siguiente, denuncia el robo en el cuartelillo de la Guardia Civil.
Ese mismo día de diciembre de 2002, Óscar conoce a una chica que le propone comprarle su DNI y su tarjeta-monedero por unos 1400 euros para ayudar a unos “sin papeles”. Él, sin pensárselo demasiado, se los vende. Al día siguiente denuncia la pérdida de su documentación en el cuartelillo de la Guardia Civil.
Una historia con dos inicios. Uno de ellos es falso.
O bien el ladrón de la cartera, o bien la chica en cuestión revenderá luego, a buen precio, el DNI y la tarjeta monedero a Carlos Roberto Marín Ianandrea, un narco uruguayo, integrante de la camorra napolitana y un experto a la hora de moverse con todo tipo de documentación falsa.

Durante ocho años, Carlos Roberto Marín Ianandrea se mueve con la identidad del lavacoches. Compra móviles con la identidad del lavacoches. Viaja. Se hospeda en hoteles de cinco estrellas con la identidad del lavacoches. Y coordina en Europa el tráfico de cocaína desde Sudamérica.

5 de julio de 2010. Óscar es detenido a la salida del trabajo por una pareja de la Guardia Civil y tres agentes de paisano. En el cuartelillo le comunican que el Juzgado General de Regio Calabria ha dictado en su contra una orden de busca y captura. Se lo acusa de ser el jefe de una banda de tráfico de cocaína entre España e Italia. Los guardias civiles de Montgat, que conocen de sobras a Óscar sospechan que hay un error, pero callan. Al día siguiente lo trasladan a la Audiencia Nacional, a Madrid. Los jueces de esta instancia –heredera del Tribunal de Orden Público franquista- atienden los argumentos de descargo de Óscar como si oyeran llover y al cabo de una semana lo extraditan a Italia. Cárcel de Roma y Cárcel de Nápoles. Las dos igual de siniestras. Óscar ya no tiene dudas que el asunto de su DNI está detrás de todo esto. Calla. Piensa que si confesara la verdad empeoraía su situación. Calla.

Seis meses antes de que detuvieran Óscar Sánchez en Montgat, la policía española había detenido en Las Palmas a Marcelo Roberto Marín Ianandrea Tráfico de drogas y utilización de documentación falsa. Carnés de conducir y de identidad italianos y españoles. Entre ellos no está el de Oscar.

En mayo de 2011, los jueces italianos consideraron probado que Óscar Sánchez había estado alojado en hoteles romanos y había comprado móviles a través de los cuales había cerrado tratos con otros narcotraficantes. Los jueces italianos lo condenan a 14 años de prisión. Lo cierto era que Óscar Sánchez jamás se había movido de Montgat, que en su descargo contaban los recibos de su nómina como lavacoches en las fechas referidas por los fiscales, estaban los miles testimonios de todos los vecinos que lo conocían y estaban las declaraciones de Eduardo de la Iglesia, cónsul español en Roma: “Quien hable cinco minutos con Óscar Sánchez concluye que es imposible que un hombre así dirija una banda de narcotraficantes”. Pero, sobre todo, estaba en marcha una movilización ciudadana sin precedentes de los vecinos Montgat reclamando su liberación y el esclarecimiento de su detención.

Después de 626 días de prisión Óscar Sánchez quedó en libertad.


la mala copia

Sin duda, la lectura de estos hechos –que he sintetizado todo lo que he podido- inmediatamente nos remiten a El Proceso aunque con algunas diferencias que son las que componen una mala copia de la ficción novelesca. Franz K. no llega nunca a saber “de qué” se lo acusa, está a merced de lo externo, el tribunal “ocupa el universo” (Borges dixit) y cuando, al final, decide asumir su propia defensa acaba pespunteando la culpa de un delito que nunca cometió. La perplejidad de Franz K. legitima su acción como protagonista de una ficción. Poco a poco el símbolo devora al personaje. O dicho de otro modo, el conflicto que sostiene el eje narrativo deviene en un concepto general ajeno a la obra: sin la lectura de El Proceso es imposible definir acertadamente “lo kafkiano”, pero no es necesaria la lectura de El Proceso para interpretar “lo kafkiano” en la realidad y su contingencia cotidiana. Así pues llegamos a Oscar Sánchez que, a diferencia de Franz K. es visceral, básico –tardará en admitir que vendió su DNI y ello será, a la postre, lo que desencallará todo el entuerto- e ingenuo –el testimonio del cónsul español en Roma es ilustrativo-. El relato de “su proceso” sólo puede ser periodístico, pero carente de estatus narrativo: lo suyo se entiende y se formula a través de “lo kafkiano”. Óscar Sánchez sólo puede ser “la mala copia” de Franz K. y sus 626 días de prisión y pesadilla una deformación casi cutre de El Proceso. Dicho con Valle Inclán –o Max Estrella- en Luces de Bohemia es como si presentáramos El Proceso ante “los espejos cóncavos de El Callejón de El Gato”. Es antes el esperpento de una narración, que el desarrollo pautado de una ficción narrativa. El posible relato –periodístico- de Óscar Sánchez tiene un final feliz. A diferencia de la ejecución que sufre Franz K., Oscar Sánchez tiene una resolución social y administrativamente feliz: una vez liberado, aparecerá por el balcón del ayuntamiento de Montgat y será aclamado como héroe por sus vecinos.

Ahora bien, los dos casos comparten un par de situaciones comunes. Por una parte, en ambos queda al descubierto, mediante el absurdo, el abismo que separa la Ley de la justicia. La Ley es uno de los monopolios del Estado –el otro, consecuentemente, es el de la violencia-, la justicia, en cambio es parte de esa búsqueda que compromete a la existencia humana. La otra situación que comparten Franz K. y Óscar es la tremenda fragilidad de la identidad personal ante aparatos del Estado como son siempre “los Tribunales” y su dinámica jurásica y mastodóntica. Sin embargo, en un caso se cumplen todos los presupuestos de la tragedia –Franz K. es ejecutado- en el otro, después de 626 días, Óscar es declarado “no culpable”, pero ni el tribunal italiano ni nuestra inefable Audiencia Nacional reconocerán su error. Ya se sabe, para ellos, la que se equivoca siempre es la realidad, nunca la norma o la Ley.


... y algo más (a vueltas con lo verídico y lo verosímil)

Sin duda, todo “El Proceso” de Óscar Sánchez cuenta con elementos válidos para llevarlos al terreno de lo literario, aunque nunca la totalidad de los hechos sí. Dos personajes. Uno en presencia, Óscar Sánchez y el otro en ausencia, Marcelo Marín Ianandrea. Óscar no abandona en ningún momento, ni cuando está preso, su ligazón con lo verídico, con la realidad más contingente, su historia, en ese sentido tiene poco futuro como ficción. Óscar sólo quiere volver a su vida tranquila en Montgat, encontrarse con su cotidianidad, ser uno más, porque muy a su pesar, la cárcel lo ha convertido en un héroe ante sus conocidos y esa situación lo supera, le viene demasiado grande a su mundo de humilde lavacoches. Óscar, en definitiva, sufre porque la cárcel le hurta todas las constantes de aquella vida y no es extraño que después de su liberación declarara:“las cartas de mis vecinos me ayudaron a que no intentara cometer una locura”.

El otro personaje es Marcelo Marín Ianandrea. Aunque ausente en los hechos que atañen directamente a Óscar, su presencia tiene peso y evidencia en toda la historia. No está, pero está. La instancia de su existencia es la ficción, más allá de que se le suponga una realidad y una contingencia verídica y cutre. Un narco en su condición de “fuera de la Ley” siempre será un trasgresor, desde el retroceso y la barbarie, es cierto, pero un trasgresor, al fin. O, dicho con Dostoievsky, “el mal” definirá la rutina de sus días. Ahora bien, la forma de sobrevivir de Marín Ianandrea en dicha rutina posee un interés narrativo extraordinario: ha decidido disolverse en una multiplicidad de identidades ajenas. Hace tiempo, mucho tiempo, que advirtió que la identidad es un papel facilmente falsificable. O, que para existir, da igual el nombre, sólo a la policía, y no siempre, le interesan las verdades administrativas. Marín Ianandrea es él, pero formalmente es otro. Lo buscan a él, pero encarcelan a otro. Es todos y es ninguno. Se ha convertido en personaje de sí mismo. Ello supone no sólo un esfuerzo de conciencia, para no caer devorado por la paranoia, sino, sobre todo, un esfuerzo de interpretación. La realidad es su escenario preferido y en él actúa diariamente: además de actor es guionista, escenógrafo, director y productor. Él sabe que, de su actuación, sólo ha de responder ante la mafia a la cual pertenece y cuya estructura piramidal y a la vez celular le obliga a guardar una determinada conducta. Por ejemplo, cuando cae preso en Las Palmas la camorra napolitana lo sabe casi inmediatamente, porque hay un trato que él había de cerrar y no cierra. Durante los 626 días de cautiverio de Óscar Sánchez, Marín Ianandrea permanece en la cárcel de Las Palmas y en ningún momento deja de actuar: como personaje y como mafioso. Sabe, ¡vaya si lo sabe!, que todo juega a su favor: la inercia burocrática, la inopia judicial -o dicho “políticamente”, la Audiencia Nacional, el Tribunal Superior de Regio Calabria o los tribunales romanos que “prefieren ignorarlo todo mientras silban Fumando Espero”-y, por supuesto, la trama corrupta de la que se alimenta la camorra. Es decir, sabe cómo actuar ante la Ley, pero desde fuera de la Ley.

Se podría exigir un poco más el análisis, pero no lo veo necesario: Marín Ianandrea como personaje resulta de una solvencia sorprendente y, como protagonista, su narratividad está garantizada en cualquier tipo o modelo de historia. Es asimilable a todos los géneros narrativos conocidos –relato, cuento, microrelato o novela- y su configuración puede realizarse desde todas las pautas del realismo: policial o negro (europeo o norteamericano), mágico, psicológico, político y costumbrista. Sin duda, sus posibilidades narratológicas son tan variadas como la multiplicidad de identidades con las que siempre se ha movido.

No deja de ser interesante su devenir desde lo verídico –persona, mafioso, preso, etc.- a lo verosímil –personaje, protagonista, oponente, narrador y hasta narratario-. Por supuesto, él ignora todo esto, a él solo le preocupa lo que a cualquier mafioso medio, contar siempre con “plata fácil” para “darse todos los gustos” y poco más.

Una vez más, “la realidad” le da la razón a Ramón J. Sender cuando afirmaba: “no entiendo la angustia de la página en blanco, cada día que me pongo a escribir la realidad me proporciona seis o siete novelas diferentes”.



(...y el final de la película El Proceso, de Orson Welles donde se glosa un microrrelato magnífico: Ante la ley (existe una versión completa en YouTube). Respecto a la película de Welles, me sobra un poco la sobreactuación en el final, no tanto en el resto, de un jovencísimo Anthony Perkins y me sobra el final-dinamitero-hongo-cuasi-nuclear que estropea un poco una digna versión de la obra del maestro Franz)





para O comentario:
toda la información sobre "el proceso" de Óscar Sánchez se puede encontrar consultando la página güev de El Periódico de Catalunya http://www.elperiodico.com/ ya que fue el único medio que se preocupó de la suerte de el lavacoches desde el comienzo.
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