Los diarios se equivocan. Yo estoy preso por amor a Jenna, no por lo de mi madre y las otras.
La Iglesia y los curas les habían dejado muy mal la cabeza a mi madre, mi hermana y mis tías. Mi padre desertó a tiempo: se fugó con un conductor de autobús. A mi, con catorce años, me metieron en un seminario de Navarra, de donde no tardé en pirarme, harto de tanto pijerío y mariconeo.
Volví a casa de ellas y comencé a currar.
No tuve mucha suerte con las mujeres hasta que conocí a Jenna en un viaje a Londres. El error fue traérmela a vivir a casa.
-¡Pervertido! –mi madre.
-¡Estás poseído! –mis tías
-Has de buscarte una mujer de verdad –mi hermana.
Les jodía que Jenna y yo pasáramos los fines de semana encerrados, mirando vídeos guarros y practicando sexo continuo.
Aquel día de hace un mes, al llegar del trabajo, no había nadie en casa y tampoco Jenna estaba en mi habitación. Temí lo peor y acerté. Volqué el cubo de la basura y apareció, destrozado a tijeretazos, el cuerpo de látex y poliéster de Jenna, única imitación a tamaño real de Jenna Jameson, “la Reina del sexo duro”.
Desenvainé el cuchillo jamonero y esperé que ellas volvieran de su misa diaria.
viernes, 12 de junio de 2009
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